viernes, 26 de septiembre de 2008

Mi quenita, mi pulserita y mi reloj Citizen


Lima es una ciudad, de 8 a 9 millones de habitantes, multirracial, multicultural y llena de migrantes de las provincias.
Mi familia era residente de la Ciudad del Cusco hasta que mis padres decidieron trasladar a la familia a Lima en Enero de 1973, este fue un mes muy movido embalando muebles, artefactos, adornos, etc. Levantaron la casa en peso y lo subieron a un camión.
Decidieron mandar a mi hermano mayor y a mí como cuidantes de nuestras valiosas pertenencias familiares así que nos subimos a la caseta del camión y una tarde de enero dejamos el Cusco rumbo a Lima. Llegamos a los 3 días por la Panamericana Sur y sin ingresar al centro de Lima nos dirigimos a Chosica lugar donde residimos por 3 años. Nos instalamos y nos integramos a la sociedad Chosicana, rápidamente hicimos amigos en el barrio y en el colegio. Estos 3 años nos sirvieron para integrarnos a la gran ciudad y volvernos limeños con la jerga propia de la ciudad y sus costumbres.
Años después cambiamos de residencia, cada uno de los hermanos definió su futuro y yo me volví un limeño de pura cepa, mas limeño que cualquier limeño, no tenía ningún problema con caminar de madrugada por el centro de Lima o Barrios Altos o el Rimac, supongo que los amigos de lo ajeno me verían y dirían "a este que le vamos a robar". Lo cierto es que yo me sentía la última Inka Cola en el desierto, la última chupada del mango y el mas mosca de todos los moscas.
Pasaron los años y me afiancé como un limeño que se las sabe todas, que conoce todos los huecos de Lima, que compra sus autopartes en la Av. Iquitos o más barato en San Jacinto, que toma su caldo de cabeza en Caquetá, que come su sanguche de chicharrón en la tienda del chino en la esquina de Zepita y Chancay, que compra su ropa de "marca" en La galería del Rey en Gamarra y que conoce todos los huecos de Azángaro y puede conseguir un diploma universitario con los "últimos sellos de seguridad".
Un día de aquellos me dirigía al local principal del INC (Instituto Nacional de Cultura) cargado de papeles y propuestas, tenía además en la mano una quena regalo de mi padrino Don Victor Gavancho.
El local del INC queda por la Plaza San Francisco en el centro de Lima. Iba a paso apretado por el jirón de la Unión, llegué a la Plaza de Armas la crucé tomé la calle Junín y una cuadra mas adelante doblé a la izquierda por el Jr. Lampa rumbo a la Plaza San Francisco. En sentido contrario al mío por la misma vereda veo acercarse a un hombre con una niña en hombros, me intercepta y me muestra un anillo de oro y me dice "te la vendo, la acabo de fabricar está todavía calientita". Veo al hombre, veo a la niña de unos 3 años. El hombre sigue y me dice "es para comprar la leche de mi niña" yo le digo "no" y sigo caminando, la niña me dice "es para comprar mi leche" y sobreparo (craso error), me alcanzan y me dice "te la vendo baratita, toma agárrala" me pasa el anillo de oro y yo la recibo (otro craso error). Me dice "siente el peso te la dejo baratita" yo por supuesto súper conocedor le digo “no tengo dinero” (ya había sentido el peso – muchos gramos - hecho un calculo del valor) le estiro la mano para devolverle el anillo y el hombre nada de recibir, me dice "entonces véndelo por mi... en el Jirón de la Unión hay casas que compran oro, yo no puedo ir porque los rayas (policías), me conocen y me quitarán el anillo". Yo lo veo, veo a la niña y le creo (craso error!!!), vuelve a atacar y me dice “causa...véndelo por mi y te quedas con la mitad del valor, nos repartimos en partes iguales el resultado de la venta”. Yo como que no quería la cosa pero ya estaba haciendo cálculos en lo que iba a invertir mi dinero. Seguía en posesión del anillo, le digo “bueno entonces voy a vender el anillo, regreso y te doy tu parte”, el me dice con cara de felicidad “que gracias que mi hija podrá tomar su leche”. La niña con cara de felicidad ante la idea de tomar leche. Me dirijo rumbo al Jirón de la Unión y me dice "pero déjame tus documentos no es que desconfíe pero algo me tienes que dejar", yo lo miro me ofendo (pero ya había avanzado tanto en mis planes que el dinero de mi parte ya lo había gastado) así que le digo “mis documentos no! ni hablar!”, me insiste y yo nada!, entonces resignado me dice “entonces déjame tu pulserita (la pulsera de plata que mi actual esposa me había regalado)”, hago un calculo rápido y se la doy, luego me dice “tu reloj también... posiacaso", yo ya me veía con el dinero y le di mi reloj (reloj Citizen regalo de mi padre) me apresto a seguir rumbo al Jirón de la Unión a vender el anillo de oro y me dice "tu quenita también para ir tocando mientras espero", ya no opuse resistencia y le di la quenita. Finalmente me encontraba caminando rumbo a las casas de compra y venta de oro, cruzo la Plaza de Armas, tomo al Jirón de la Unión camino una cuadra e ingreso a la primera casa de compraventa de oro. Espero mi turno y finalmente le entrego el anillo de oro de muchos gramos y 18 kilates al joyero. Este me recibe el anillo lo mira y con un gotero le pone un poco de ácido encima y sin levantar la mirada ni darme ninguna explicación me dice “no es oro” y luego dice "el siguiente".
Salí de la oficina y me paré en el jirón de la Unión evaluando lo que había pasado. Mis planes de gasto e inversión se esfumaron volví a la realidad de un solo tirón. Sentí que toda persona que pasaba me miraba burlonamente. Me avergoncé profundamente, al inventor del ascensor le habían hecho subir por las escaleras, al dueño del hotel le habían hecho dormir en la vereda tapado con periódicos, al limeño más pintado le habían hecho el cholito... horror!!!!.
Levanté la cabeza, tragué saliva y me dirigí al INC por otro camino para no encontrarme con el artista y decirle... te equivocaste no era oro...si seré!!!
El anillo me acompañó un par de meses con la oculta esperanza de venderla o embaucar a alguien y recuperar el valor invertido, pero al segundo mes el anillo perdió color dejo de ser dorado y mis esperanzas se esfumaron como se esfumó mi quenita mi pulserita y mi reloj Citizen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Extraordinario, realmente una anécdota digna de recordar pero por sobre todo gracia para contar.

Salud.

Alfredo